El pasado 21 de abril se publicó este reportaje en el Diario El Mundo en su edición impresa. Lo rescatamos aquí para que todos aquellos que no lo adquirieron puedan leerlo integramente.
La resurrección de El guerrero del antifaz. "Es un personaje maldito".
El justiciero dibujado por Manuel Gago regresa con nuevas aventuras tras 40 años de olvido y un largo conflicto judicial. "Hay prejucios hacia él que ya no tienen razón de ser", asegura el editor que ha propiciado su vuelta
Su sola mención evoca una infancia de quioscos y espadazos de papel. O espolea una adultez en la que la cota de malla se ve con bastante más interés aventurero que nostalgia. Incluso pone en guardia a gente de piel extremadamente fina. En cualquier caso, parece claro que El guerrero del antifaz sigue generando cualquier cosa menos indiferencia entre los aficionados autóctonos a la historieta y sus alrededores. Sobre todo ahora que Adolfo de Moncada, conde de Roca, protagonista de una de las sagas más emblemáticas del cómic español, acaba de volver por sus fueros. ¡Voto a bríos!
"Necesitaba tener estos tebeos porque me faltaban en mi colección", bromea Vicente García, responsable del sello especializado en el rescate de clásicos del noveno arte que ya es la nueva casa del popular enmascarado: Dolmen Editorial. "Es curioso, en Francia es imposible ir a cualquier librería o centro comercial y no encontrar los álbumes de Astérix o Lucky Lucke. Aquí con El guerrero del antifaz no pasa lo mismo. En cierto modo, es un personaje maldito atrapado en un continuará que ha durado 40 años".
Los motivos de tal ausencia se corresponden con los adversarios con los que se ha batido dentro y fuera de las viñetas el justiciero creado por el legendario Manuel Gago (Valladolid, 1925-Valencia, 1980). El principal ha sido la apropiación y explotación del personaje por parte de la editorial que publicó por primera vez sus peripecias el 24 de octubre de 1944, hecho que derivó en un proceso judicial a propósito de los derechos de autor y de propiedad intelectual no resuelto hasta hace una década a favor de los herederos de Gago.
También jugaron en su contra el retrato del conde de Roca como ariete de la propaganda franquista, la propia censura del régimen o el infortunio derivado de la temprana desaparición de su dibujante y guionista. Pues bien, a todos estos rivales ha terminado imponiéndose el desfacedor de entuertos de la Reconquista para presentarse en el siglo XXI con las armas y el bagaje del héroe clásico reinventado, en plan Mandalorian ibérico.
Y todo gracias a un ambicioso plan de relanzamiento diseñado por Dolmen que incluye la reedición de Las nuevas aventuras de El guerrero del antifaz -la serie publicada entre 1979 y 1981 que Gago dejó inconclusa-, la salida al mercado de álbumes concebidos desde cero por un equipo creativo reunido para la ocasión, el acercamiento del personaje a las nuevas generaciones de lectores en formatos como el manga... y alguna sorpresa más. "Es el único superhéroe del cómic español que no tiene película", deja caer Marisa Gago.
La hija del historietista ni siquiera había nacido cuando debutó El guerrero, pero participa en el relanzamiento como autora de la novela Origen, que llega en plenos fastos del Día del Libro. En ella, y a modo de precuela, ofrece claves sobre la crianza de Adolfo de Moncada como príncipe musulmán en la corte de Alí Kan y su posterior conversión al cristianismo y enfrentamiento con las huestes de la cimitarra.
"Es un personaje transversal y multigeneracional, por eso impactó tanto en su momento y ha pervivido hasta nuestros días", comenta García a propósito de un superventas que llegó a tener tiradas de hasta 800.000 ejemplares a mediados del pasado siglo, cuando rivalizaba junto a su fiel escudero Fernando con Roberto Alcázar y Pedrín o El capitán Truenopor el favor de la chavalería.
Lo recuerda Carlos Giménez, el no menos mítico autor de Paracuellos y Barrio, en la introducción del primer tomo reeditado y a todo color: "Para los que éramos niños entonces y vivíamos en aquel mundo triste y tremendamente sobrio de la posguerra española, estos cuadernillos en blanco y negro -los mismos tonos imperantes en el devastado país en que habíamos nacido-, significaban un tesoro, una ventana al mundo de la aventura, de la fantasía y de lo exótico".
García y Gago son dos de las cinco personas que han propiciado el regreso de El guerrero a través de eso que los anglos llaman full disclosure. El tercero es el restaurador estadounidense Allan Harvey, uno de los mayores expertos del mundo en su campo. "Encontré que las páginas originales parecían haber sido mejor impresas que las historietas de EEUU o Reino Unido en las que había trabajado anteriormente", admite el especialista, nominado hace dos años al Eisner, los Oscar del cómic.
Por último están el guionista Eduardo de Salazar y el ilustrador Miguel Quesada Ramos, hijo del también dibujante Miguel Quesada Cerdán y sobrino del propio Manuel Gago. Ellos son los verdaderos responsables de haber liberado al caballero del continuará que lo engrilletó en el número 110 de Las nuevas aventuras, publicado póstumamente el 7 de febrero de 1981. Costaba 30 pesetas.
Desde entonces, los seguidores del azote de cristianos primero y de moros después sólo habían podido entretenerse con las sucesivas reimpresiones del material ya conocido, incluidos extras o almanaques. Y, ya más recientemente, con la puntual colaboración de De Salazar y Quesada en varios boletines para la Asociación de amigos de El guerrero del antifaz (AAGA), germen del retorno. El impostor, que llegó a las librerías en diciembre de 2022, y El tesoro de Motamid, que lo hará en el último cuatrimestre de 2023, son los nuevos álbumes en los que la pareja ha trabajado hasta la fecha.
En El impostor, que busca atraer tanto al lector de toda la santa vida como al comiquero sin canas, el superhéroe medieval reaparece en plena forma. "En la primera página ya está a castaña limpia, y en la segunda, y en la tercera...", desvelaba García en la presentación del volumen en Madrid.
"Me lo paso estupendamente dibujando escenas de mamporros", le secunda en conversación teléfónica Quesada, un veterano del storyboard y la preproducción de películas de animación como El Cid: la leyenda que ahora cumple el sueño infantil de convertirse en autor de tebeos. "Que haya mucha acción y sea movidita", es su premisa. "No he intentado imitar el estilo de mi tío, igual que ahora no se podría rodar una película como las hacía Douglas Fairbanks. El lector actual ya está acostumbrado a unos encuadres que en su época no existían. Digamos que antes se trabajaba con una cámara y yo lo hago con dos o tres. Lo que sí he procurado es vestir a El guerrero con la misma ropa de opereta que llevaba, porque ésa es su imagen".
Quesada confiesa haber introducido un matiz diferencial más: "Así como mi tío dibujaba peleas pero no se había peleado en su vida, yo he practicado yudo, kárate y boxeo. Así que a veces me complico demasiado la vida...".
El último número de Gago se publicó en 1981 y costaba 30 pesetas
"El guerrero del antifaz presenta las bases de cualquier videojuego de acción", expone De Salazar, que tiene respuesta para quien quiera ver en el personaje más icónico del tebeo autóctono -con permiso de Mortadelo- a un apóstol del mandoble. "Es El guerrero del antifaz, no El pacifista del antifaz. Lo que no hay que hacer es recrearse en la violencia, si bien ésta forma parte de la aventura". Digamos que en las correrías de El guerrero no se verán las salpicaduras gore del cine de Tarantino. "No he dibujado ni una gota de sangre ni unas tripas por fuera, como se ve ahora en montones de películas", se desmarca Quesada, más aficionado al olor de la pintura que al aséptico color digital.
¿Y qué pasaría si en la era de lo políticamente correcto alguien viese este retorno con recelo? Por lo pronto, en El impostor, De Salazar y Quesada huyen del maniqueísmo de buenos y malos que impone la narrativa de la yihad. Ni todos los musulmanes son pérfidos, ni todos los cristianos lucen aureola angelical. Además, la pareja creativa coloca a varios personajes femeninos en el centro de la trama. Algunos, como doña Ana María o Sarita, son ya conocidos; otros, como Miriam, se estrenan.
Descartado lo religioso-identitario y la cuestión de género, falta por abordar lo ideológico. Al magistrado y teórico de la historieta Salvador Vázquez de Parga se le recuerda por haber zurrado de lo lindo a El guerrero en su ensayo Los cómics del franquismo (Planeta, 1980). En él, le señalaba como encarnación de virtudes aplaudidas por el Caudillo: pureza de raza, fortaleza, honestidad, castidad, nobleza, generosidad, amor a Dios y a su Patria. Una lectura, producto de un tiempo -plena Transición- que lógicamente ya no es éste.
"Hay que verlo más globamente, porque El guerrero es uno de los cuatro o cinco personajes que Gago hacía al mismo tiempo", matiza De Salazar a propósito de aquellos años estajanovistas en los que el autor también se afanaba en la mesa de dibujo para sacar adelante las colecciones de El espadachín enmascarado, Purk el hombre de piedra y El pequeño luchador. "Todo lo que Vázquez de Parga atribuye a El guerrero no lo hace con El capitán Trueno, y podrían intercambiarse muchísimas cosas. Simplemente le gustaba más El capitán Trueno, que era más ligero y permitía reírse con sus aventuras".
Experto en meterse en "proyectos arriesgados", García admite: "Publicarlo me ha costado algún disgustillo, pero no veo nada en esta historieta que pueda molestar a alguien. Respecto a El guerrero existen unos prejuicios que ya no tienen razón de ser. Sobran prejuicios en general, es uno de los grandes males de la sociedad actual. Hay una misteriosa tendencia a juzgarlo todo como blanco o negro".
A su juicio, tampoco las Nuevas aventuras remiten a las coordenadas a las que apuntaba Vázquez de Parga. "Son mucho más modernas y transgresoras, se gestaron en los años 80 y el autor hizo un trabajo mucho más personal con el personaje. Sorprende mucho lo avanzado de su mentalidad", resume el editor.
Manuel Gago fue el primogénito de un matrimonio formado una ama de casa y un capitán del ejército republicano. La familia, que residía en Madrid, se trasladó a Ontinyent (Valencia) tras el estallido de la Guerra Civil. Un año después, volvió a cambiar de domicilio y se estableció en Albacete. El padre fue encarcelado al finalizar la contienda por haber permanecido leal al Gobierno de Azaña. Estuvo en prisión tres años, en los que el mayor de cuatro hermanos y futuro historietista -con apenas 14 años- se vio obligado a abandonar los estudios y ponerse a trabajar en distintos oficios para procurarle sustento a su familia.
Su afición por los tebeos y los folletines, sin embargo, hizo que Gago dedicara las noches a practicar el dibujo. Sus mayores influencias eran Alex Raymond, padre de Flash Gordon, y Emilio Freixas, pionero en España del arte del bocadillo. Una tuberculosis al borde la mayoría de edad lo llevó hasta un sanatorio. Allí, con tiempo por delante para recuperarse y crear, pidió a sus hermanos que le llevaran un tablero. El libro Los 100 caballeros de Isabel la Católica que un primo le prestó le dio la idea del justiciero enmascarado. Lo demás, como reza el tópico, es historia.
"Estaba más preocupado por tirar para adelante que por cualquier otra cosa. En esos años de cartilla de racionamiento y Cara al sol, él se buscó la vida como pudo", interviene Quesada. "Pero mi tío fue comunista hasta el último día", revela el ilustrador, en un inesperado giro de guión.
Aunque murió joven, Manuel Gago dejó 27.000 páginas y un estilo único que lo proyectó como uno de los principales representantes de la escuela valenciana. Paradójicamente, con su personaje más popular mantuvo una relación de amor-odio, fundamentalmente al verse privado por su empleador de reconocimiento y ganancias. "Dio dinero a todo el mundo menos a la familia", recuerda Quesada. Marisa Gago cuenta que su padre no conservaba ningún ejemplar de El guerrero en su propia casa. Es hora de que, por fin, regrese a ésas y otras baldas con la espada en ristre.