Evocando el imaginario de la infancia
Las circunstancias sociales de aquella España contribuyeron a la popularización de los tebeos. Nuestro país acababa de salir de una guerra que dejó maltrecha la sociedad civil. La pobreza fue realmente la única vencedora de la guerra, una pobreza que persiguió, si bien de manera desigual, a unos y a otros durante muchos años y que constituyó, al fin y al cabo, la mejor arma para mantener oprimida a la población. Los tebeos se convirtieron en un producto de masas. Debemos recordar que en aquella época sólo existía el cine, la radio y la prensa para pasar el rato, y los tebeos fueron recibidos como un maravilloso mundo de dibujos y colores, de fantasía y de humor, es decir, como un medio de evasión único, sólo comparable con el cine.
Cuando yo evoco lo que es el imaginario de mi infancia, las primeras imágenes que me vienen es el lugar que denominábamos El almacén de las peras, un descampado al que íbamos para jugar al fútbol, era un lugar de encuentro de la chiquillería del barrio que conseguía salir de sus calles y acercarse allí donde teníamos un lugar de esparcimiento. Quiero dejar claro que no tengo ninguna sensación de nostalgia de las duras formas y condiciones de vida que me tocaron vivir en los años de posguerra.
La escalera del Quicu fue otro de los puntos neurálgicos de mi infancia, allí nos reuníamos un grupo de amigos y allí pasábamos muchas tardes leyendo tebeos. Desde aquella época (han transcurrido más de cincuenta años) nunca me ha faltado un tebeo abierto a la lectura.
Como la memoria es corta, ya casi nadie se acuerda de que hace más de cincuenta años y de una forma continuada cientos de dibujantes, anónimos para el lector actual, llenaron con su trabajo cientos y cientos de páginas de historieta.
Hemos de seguir reivindicando a nuestros clásicos, un tema del que queda mucho por hablar, porque muchos de ellos, de los que aún viven, lo hacen en condiciones muy precarias.
¿Cómo reivindicarlos? Un articulito como éste de nada sirve. ¿Tal vez recuperando una parte de su obra, dedicándoles exposiciones y mesas redondas en salones y jornadas, investigando su trabajo en revistas especializadas?
Queda mucho por hacer, pero sólo si empezamos a andar recorreremos el camino. Con ellos nació (y también murió) una forma de crear historieta. Para muchos es un arte menor, poco más que un conjunto de dibujos ocasionalmente acompañados de un texto. Sin embargo, la historieta de los 40/60 no sólo es un reflejo de aquella realidad, una forma de manifestación que poseyó un lenguaje propio, también es una herramienta para entender aquella realidad.
Cuando me decidí a escribir sobre Nené Estivill, ese era un autor del que quería hablar hace tiempo. Pienso que se adecua porque la idea es que este es un espacio onírico, un espacio de la memoria. La memoria es impalpable, intangible y pensamos que eso se adecuaba a la idea del espacio vacío. Incluso, ese espacio vacío es donde uno puede imaginar, recordar, recrear, se da más que como una idea material.
La personalidad de su trazo convirtió a este dibujante y humorista en uno de los creadores más originales del país.
Es mi sincero deseo, que estas personas que han dado su vida entera, quemándose las pestañas en un tablero de dibujo, para que muchas personas que tuvieron que vivir las desgracias de aquellos grises años en éste país no queden relegadas al más absoluto olvido.
Obras maestras de la historieta, iconos populares de generaciones anteriores hoy son en su mayor parte papel mojado a quienes la injusticia de la historia les ha pasado por alto. No existe un “depósito” de fácil alcance donde al menos se pueda acceder a ellos, el equivalente si acaso a un museo periodístico (al menos yo no lo conozco).
¿A quien le interesa hoy día investigar sobre nuestra historieta clásica? ¿A quien le interesa la vuelta a las viejas páginas repletas de acción o de humor? Es una pregunta difícil de responder, sobre todo si se tiene en cuenta que la memoria no esta de moda.
La estrechez visión del lector y el editor de hoy no llega más allá del momento en que esos lectores empezaron a leer tebeos. Se ha olvidado que el medio no empezó con el lector de hoy, sino mucho antes, y que ya se habían explorado historias, conceptos, recursos y personajes a conciencia y a placer. La historieta ya no tiene historia porque ha olvidado a sus maestros.
Con Agamenón, Nené Estivill se destacó como uno de los autores más interesantes del aquél colectivo de autores que tomaban el relevo de la generación anterior, con unas inquietudes temáticas propias y un estilo mercadamente personal. Desde un perspectiva de exageración de los tópicos, su autor consigue una más que interesante historieta. Personajes de este porte ya no existen: han sido fagocitados por la civilización. Tampoco existen las reglas de juego con que se movían estos personajes, que pueden ser tildados de ingenuos en un primer golpe de vista. Lo que si sobrevive en nuestra sociedad actual es el nivel de primitivismo de algunas reacciones. Las sociedades han evolucionado, los seres humanos no.
Las historietas de Nené Estivill son de lectura muy recomendable y permite abrirnos a las miras de unos tebeos aún próximos a nosotros pero con peculiaridades diferenciadoras al tebeo actual.
Manuel López