Los Fotogramas de la memoria
“Escribir sobre tebeos”
El escritor Claudio Magris ha escrito que la adolescencia es la verdadera estación filosófica. Es la etapa en la que nos cocemos a preguntas y tratamos de comprender ese mundo adulto edificado con muchos entuertos éticos y bastante hipocresía moral. Se trataba de de sobrevivir como se podía. Yo, como otros muchos, lo hice a través de la lectura. Me quedaron algunas cicatrices en el alma de mi aventura adolescente, pero todo ese mal rollo pertenece a la numismática del recuerdo. Mis lecturas adolescentes eran desordenadas, tebeos, novelas, libros…. Leía sin un plan preestablecido; sólo quería evadirme de la vida absurda, aburrida que me rodeaba. Los adolescentes de aquellos grises años necesitábamos héroes y como en la cotidianidad inmediata escaseaban tratábamos de encontrarlos en la lectura y donde más abundaban los héroes, aunque fueran de papel, era en los tebeos y en aquellas novelas de a duro.
Una novela imprescindible en mi adolescencia fue la Romana de Alberto Moravia, prohibidísima por estos lares. Comprendí que hay libros cuya lectura va más allá de sus páginas. También descubrí, aunque de esto no me di cuenta hasta muchos años más tarde, que el humor era el lenguaje del desencanto, pero con todo nunca acabe de abandonar la lectura de tebeos.
Hacer un recorrido por las historias que me formaron como lector sería retroceder muchos años, además hoy quiero hablar de tebeos, (no puedo negar que éstos acompañaron mi formación como lector), no de libros leídos. Los tebeos… lecturas inolvidables, que de cuando en cuando regreso a ellas, como regreso a otras más nutritivas. El retorno a El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, etc. es el otro lado de la moneda.
Estas son las lecturas que aún acompañan mi vida, tan intensas, tan permanentes como la de los libros.
Aunque mi pasión por los tebeos se fue haciendo menos compulsiva con el transcurso de los años, aún hoy me es difícil imaginar un placer más completo que el que me producían su lectura. Los tebeos siempre habían estado cerca de mí como una promesa, como una puerta, como un cofre. Siempre fue una lectura compartida con mi hermana, quizá por esto tuvo tanto peso. Era como una ceremonia en la que pactábamos un armisticio temporal. Leí tebeo hasta el comienzo de los primeros amores….
Pero muchos años después aconteció un hecho fundamental que devolvió mi antigua relación con los tebeos. Se reeditó, en formato vertical y todo color, El Guerrero del Antifaz. Le siguieron las reediciones de El Hombre de Piedra, El Pequeño Luchador, Yuki, el temerario, Piel de Lobo…. A la moda de las reediciones se sumaron otras editoriales y así pudimos recuperar El Capitán Coraje, Rayo Kit, Flecha Negra, El Hijo del Diablo de los Mares, Dick Relámpago … Todos esos perso-najes, y muchos más, son los héroes de papel de nuestra infancia y adoles-cencia. Todo un mundo reproducido en una secuencia de viñetas, todos los sueños imposibles reproducidos y recuperados con esos tebeos.
¡Tebeos! una palabra mágica. A menudo me pregunto cómo es posible que el tebeo no tenga mayores índices de lectura en España o al menos los niveles de lectura de otros países. La nostalgia es sin duda mala consejera, pero cuántas sonrisas les debe nuestra infancia a esos maestros del pincel y la tinta china.
Con el rencuentro de esos retazos de la infancia y la adolescencia, apareció la necesidad de la escritura, de escribir sobre esos tebeos, iconos populares de varias generaciones que hoy son en su mayor parte papel mojado a quienes la injusticia de la historia les ha pasado por alto.
Manuel López
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