jueves, 6 de noviembre de 2008

Antonio Lara y El Guerrero del Antifaz (2)



Seguimos con la segunda parte del studio acerca del Guerrero del Antifaz publicó en la revista Bang nº1 (1969) el ínclito Antonio Lara.


EL GUERRERO DEL ANTIFAZ (BANG! Nº1)
Antonio Lara

SEGUNDA PARTE


PERSONAJES SECUNDARIOS
Uno de los mayores atractivos de la serie está en la riqueza y variedad de los personajes secundarios, que, sin sobrepasar excesivamente la superficialidad y el esquematismo inherente a su función, tienen un cierto sabor humano, algunas notas atractivas. Las mujeres sobre todo, tienen una especial fisonomía más las moras que las cristianas, quizás porque las cristianas, lógicamente, se limitan a ser seres pasivos y pudorosos, y las árabes luchan por conseguir al hombre que les gusta. Zoraida, la favorita de Alí-Kan, se dibuja con especial relieve, si tenemos en cuenta los extraños lazos que la unen al guerrero.

Los personajes secundarios masculinos son infinitos y es difícil destacar los más interesantes. Quizás el conde de los Picos, eterno rival amoroso del héroe, uno de los pocos terceros virtuosos y honestos de la historia del tebeo; el coloso Osmín y sus hermanos, Alhamar, maestro de armas y lugarteniente de Olián, Kadul, el Pirata Negro, la mujer pirata, etc., etc.


EL TRIÁNGULO PROTAGONISTA

La construcción héroe-escudero-forzudo o gracioso, transmitida a través de toda una tradición literaria, reforzada por el romancero y las innumerables piezas de teatro clásico que la utilizaron, se mantiene a lo largo de toda la serie, aunque, muy a menudo, el personaje del forzudo desaparece.

Sin embargo, el gracioso falta por completo en esta colección, igual que, cualquier nota humorística. Los guionistas han demostrado siempre una total carencia de sentido del humor. Osmín, que hubiera podido -conforme mandan los cánones- encarnar este sentido gracioso y divertido, no es más que un coloso malhumorado y autoritario, misógino, como es de esperar. Todas las aventuras del Guerrero se desarrollan en ambientes y situaciones trágicas, sin un detalle humorístico, sin una pizca de gracia. Los personajes se relacionan entre sí por el amor o la amistad –o bien por la traición y el odio- pero con una enorme seriedad, nunca aliviada con la risa o las carcajadas. El héroe enmascarado – que alguien me corrija si me equivoco- no sonrie más que en contadísimas ocasiones. También es cierto que nunca apreciamos en él emoción alguna, ni sentimiento de ninguna clase, aparte del odio y el amor sin correspondencia.

CARÁCTER DEL HÉROE. LA MÁSCARA

Es curioso lo poco que sabemos de la humanidad del personaje, de sus características, vicios, virtudes, preferencias y entretenimientos. Como es costumbre en este mundo del tebeo, los guionistas desatienden al protagonista de una forma lamentable. Es sólo el portador de una misión absorbente que nos le permite más que ser un luchador incansable, emblemático, más allá del bien y del mal., alejado de las miserias fisiológicas y de las exigencias del sueño o del descanso, al que no le gusta cazar, o jugar a tablas, retozar con las mozas de partido o correr una cañas. No hablamos de pasatiempos superiores, como leer o apreciar el arte, porque serían totalmente inesperados en tal personaje.

Su mismo cambio de árabe a cristiano se presenta como muy problemático y discutible, no como resultado de una toma de conciencia o de una conversión, siquiera fulminante, sino como consecuencia irracional de una confidencia de su madre. Podríamos llamarlo, crudamente, un simple renegado. Ni siquiera sabemos cuando fue bautizado, quién lo armó caballero, cuáles son sus creencias. Su religión, lo mismo que la del resto de los personajes, sean estos musulmanes o cristianos, es una componente sociológica, no está sentida en ningún momento.

La máscara, por último, de gran tradición en la literatura popular, es un elemento fundamental de su personalidad, porque contribuye a ocultarlo, no sólo físicamente, sino moralmente, convirtiéndole en un ser anónimo, inexistente. Ya está bastante en desuso, pero hacia los años 30 y 40 especialmente, era muy corriente encontrar héroes enmascarados o maestros en disfraces. Las razones de esta actitud son claras. La máscara es un recurso cómodo para ser impunes, para pasara inadvertidos, y poderse identificar sin riegos con los protagonistas.


REALISMO, SURREALISMO

Se ha insistido en el carácter realista de estas aventuras. Es cierto que no abundan los elementos fantásticos, directos, y que, a salvo de algún animal mítico en la última época, las narraciones se mantienen a un nivel realista. Los magos y hechiceros son aprovechados que usan poderes hinópticos, naturales, pero nunca de la magia negra.

Sin embargo, este realismo ibérico, innegable, se completa con una dimensión más sutil, que los surrealistas, en el improbable caso que leyeran estas aventuras, recibirían con alborozo. Existe un despliegue incesante de trampas, castillos rodeados por fosos donde aguardan animales feroces, cárceles, mazmorras, salas de tormento, cuevas escondidas, pasadizos y demás lugares donde la invención se presenta sin trabas ni barreras, que nos introduce, de golpe, en un clima surreal, alocado, donde todo es posible y válido, donde persiste una atmósfera mágica que sólo puede romper la fuerza invulnerable del héroe, el cual triunfa sobre serpientes, gorilas, leones, águilas y demás animalitos con la misma seguridad que domina a verdugos, eunucos, campeones y colosos de toda índole.

Por eso, es muy fácil y sencillo abominar de estas creaciones populares, y condenarlas en un par de frases brillantes. Frente a muchos defectos, simplificaciones y rudezas, existe un número amplio de aciertos, de hallazgos enternecedores, de invenciones delirantes, que valen, a menudo, por muchas obras más correctas y bien hechas, absolutamente insignificantes y aburridas, que a nadie interesan.

HISTORIA

Aunque los guionistas nos digan en el primer número que la acción se desarrolla en la época de los Reyes Católicos, esto no pasa de ser una referencia ocasional, sin ninguna relación con la trama. La época de estas aventuras es un tiempo mítico y convencional, más o menos perteneciente a la Edad Media, donde los personajes visten con extraños indumentos, sin correspondencia posible con la verdad histórica, lo mismo que las armas, arquitectura y ornamentación que se supone propia del tiempo de la acción.

No hay tampoco, por supuesto, un estudio, siquiera aproximado y esquemático de las auténticas relaciones entre cristianos y árabes, ni nada que sugiera autenticidad, documentación, verismo. Todo es artificial, recreado e inventado por completo, lo cual es perfectamente legítimo y admisible.

Los autores imaginaron un universo personal y original, sin referencias históricas, sin escrupulosidades de recreación o ambientación.

Mañana publicaremos el final del estudio de Antonio Lara.

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