Cuando por diversos motivos, en el año 1966 los tebeos apaisados de aventuras se fueron definitivamente a pique, para Manuel Gago se terminaba la manera en que se había ganado la vida desde que tenía 17 años. Había llegado a dibujar en algún momento más de 40 páginas en una semana involucrando a su familia en la producción. Esa considerable y disparatada cifra hacía que la calidad de su obra se resintiera y que poco a poco se hiciera cada vez más esquemática y sin ilusión. Pero él había preferido esta esclavitud y permanecer en Valencia con su familia a buscar nuevos horizontes que quizá le hubieran favorecido en su carrera artística. Había mucha gente que dependía de Manuel Gago.
Como decíamos, cuando en 1966 se produjo tal descalabro, aunque ya venía languidenciendo desde antes, tuvo que buscarse un nuevo medio de vida y con los ahorros que tenía abrió una librería que estuvo en funcionamiento varios años. Por un lado perdía su trabajo de siempre, pero por otro me imagino que supondría una liberación,un descanso. Aunque el gusanillo estaba ahí y pocos años más tarde comenzó a dibujar, en principio portadas e historias cortas y finalmente retomaría a su personaje preferido con nuevas avenuras.
No es de extrañar que en más de una ocasión alguno de los miles de lectores que había tenido le reconociera y le agradeciese todos los ratos que le había hecho disfrutar en su infancia. Por un lado se sentiría alagado y por otro la nostalgia de tiempos pasados le produciría melancolía.
Podemos imaginarnos la satisfacción que le produciría hacerle este sencillo dibujo dedicado al ilusionado niño de entonces, de nombre Carlos Recio, el cual me imagino que lo guardará como oro en paño.
Este sencillo gesto, el de la dedicatoria dice mucho de Manuel Gago como ser humano, capaz de hacer soñar a un niño con un simple dibujo.
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